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Caso 301

Soy un hombre casado hace dieciséis años y con dos hermosas niñas. Hace unos diez meses, [cuando] mi esposa y yo estábamos a punto de separarnos... conocí a una joven de veintiséis años, de la cual me enamoré locamente. Le dije que me iba a separar para casarme con ella.... Luego de unos meses, me di cuenta de que ella estaba con un joven de veintidós años que era mi empleado.  Para mí fue muy difícil, ya que sólo faltaban días para separarme de mi esposa.... Luego decidí arreglar las cosas con mi esposa....

Ya no me interesa la joven como mujer. Sin embargo, me da pena porque el novio que tiene [les] dice a sus amigos todo lo que hace con ella. Ella no lo sabe, y [a mí] no me gusta escucharlo.... Quisiera decirle que... no le conviene esa relación. ¿Debo hablar con la joven, o lo dejo así? Siento que puedo tenerla como amiga. En verdad, no siento rencor, [ya que] reconozco que el error fue mío al querer dejar a mi esposa, que [es a quien de veras] amo.

Consejo

Estimado amigo:

¡Tiene usted toda la razón al reconocer que el error fue suyo! También ella es culpable, pero usted es un hombre casado mucho mayor que ella, así que el error suyo fue más grave. «Casi separado» no es lo mismo que separado. «Separado» es otra manera de decir: «todavía casado». Un hombre «todavía casado» no debiera permitirse el lujo de enamorarse «locamente» de otra mujer. Debiera más bien invertir su tiempo y esfuerzo tratando de reconciliarse con la mujer a quien le prometió que la amaría hasta la muerte. De modo que no hay duda alguna de que usted cometió un grave error.

Lamentablemente muchos hombres entre los cuarenta y sesenta años de edad tratan de mantener el vigor de su juventud al deshacerse de la mujer con quien se casaron y de buscar una más joven. Nunca faltan mujeres jóvenes a quienes las halaga la adulación de hombres mayores, las cuales carecen de la experiencia necesaria para reconocer los peligros que eso representa. Muchas de esas mujeres neciamente cultivan relaciones románticas con hombres «casi» separados, y luego pasan años viviendo como «la otra mujer». Como resultado, sus hijos crecen con un padre al que no pueden reconocer o llamar papá, y al que tal vez ni siquiera lleguen a conocer.

Ahora sucede que usted quiere entrometerse en la vida de la joven al delatar al novio. Aunque tenga buenas intenciones, ¡usted debe dejar de meterse en lo que no le incumbe! Déjelos que se las arreglen sin su ayuda. Ella no puede ser amiga suya, ni debe usted cultivar relaciones amistosas con otras mujeres, salvo aquellas en las que su esposa también forma parte. Usted ya se ha enamorado «locamente» una vez de otra mujer, y ahora le toca controlar sus emociones y su conducta, no sea que vuelva a suceder lo mismo.

Dios diseñó la relación matrimonial para que fuera santa, es decir, exclusiva, protegida y valorada. Usted hizo votos de fidelidad ante Dios cuando se casó con su esposa, y ahora necesita pedirle su ayuda divina para mantenerse fiel a esos votos por el resto de su vida. Dios envió a su Hijo Jesucristo a morir en la cruz como paga por los pecados que nosotros hemos cometido, pero además de pedirle perdón por esos pecados, debemos tomar medidas para no volver jamás a pecar «locamente».

Le deseamos lo mejor,

Linda

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